jueves, 12 de enero de 2012

El sueño del dragón

Aquí está completo y sin interrupciones el cuento que subí en mi muro de Facebook. Espero que les guste.


El dragón llena el encerrado calabozo con la pestilencia de su venenoso aliento. Ocultándome tras una pared, levanto del piso mi escudo, y desenvaino mi espada. La monstruosa criatura levanta su nariz: mi aroma le indica que no estoy lejos, pero no me tomará por sorpresa ésta vez
Pronto siento en el piso el tremor de sus pesados pasos: se ACERCA. Las manos me sudan, pero las aprieto aún más alrededor de mis armas, mientras levanto uno de mis pies para dar un silencioso paso. El dragón se acerca cada vez más a la precaria protección de la pared de adobe, resoplando en su frustración de no haberme atrapado la vez anterior. De pronto, se detiene, al darse cuenta de que hace mucho ruido al caminar. Comienza a moverse despacio, con suavidad calculada, casi con ternura. De pronto, dando un giro repentino, LE DA LA VUELTA A LA PARED DE ADOBE... Pero YA NO ESTOY ALLÍ, obviamente. Es difícil moverse en completo silencio llevando una armadura, pero me las arreglo para burlar el fino oído de la bestia. No puedo verla, pero imagino su gesto de sorpresa, y sonrío. Se me ocurre una idea tan loca como genial... bueno, aceptémoslo, más de lo primero que de lo segundo, salgo como una flecha de mi escondite aprovechando que el dragón sigue en su desconcierto. Pero sí puede oírme, y, en su prisa por salir a encontrarme, golpea la enorme cabeza contra el muro de adobe desmoronando un buen pedazo. Demasiado tarde: en éste juego del gato y el ratón soy más veloz que él, y encontré otro sitio donde ocultarme. Y eso lo vuelve loco. Y nos volvemos mutuamente inaudibles, pero sí podemos olernos: él percibe mi olor, y yo su aliento azufroso. Si él percibe mi olor, quizá mi idea funcione, pero, por lo pronto, ya estoy moviéndome de nuevo
Nunca en mi vida, pues, me he movido más veloz y silenciosamente que en ése momento, con la garganta tan seca que me cuesta trabajo contener la tos. Si tan sólo tuviera un poco de agua... Pero no hay, el calor corporal del dragón debido a su fuego interno ha terminado por evaporar casi cualquier humedad del calabozo. El dragón nunca ha salido de aquí, por lo tanto el calor acumulado resulta insoportable. Sudo a mares, y todo se vuelve pegajoso. Está lejos aún, pero no tardará en cubrir la distancia, puede hacerlo en un par de zancadas. Mis manos sudan mientras maniobro de la manera más silenciosa que he podido nunca. Me cambio el escudo de una mano a otra mientras trabajo...De pronto, en un movimiento brusco, el escudo se desliza de mi mano sudorosa. Intento atraparlo, pero escapa... golpea contra el piso... estrépito... Casi puedo adivinar su gesto: Endereza repentinamente las orejas y la punta del hocico intenta alcanzar mi aroma... y carga en mi dirección a toda velocidad... no puedo verlo, pero sé que todo terminará en segundos... Y ahí está, entrando en la estancia. Lo primero que ve es una figura inmóvil caída en el piso al lado de un escudo, y sin pensarlo la envuelve en su llameante aliento, preguntándose quizás a qué sabrá alguien de mi especie horneado dentro de su propia armadura Pronto, todo el equipo de protección es pasto de las llamas. La enorme bestia lo contempla unos segundos... mientras su poderoso instinto le sugiere que ALGO NO ANDA BIEN... De un zarpazo, arroja lejos la armadura, confirmando sus peores temores: ESTÁ VACÍA. Bendito pozo, tenía un poco de agua en el fondo. Eso elimina mi olor en buena parte. Con enorme sigilo me acerco por detrás del monstruo y recobro mi escudo. Justo a tiempo, pues apenas me da tiempo de guarecerme tras él de la lluvia de fuego que se me viene encima. Volvemos al mismo juego de antes, yo me escondo tras las paredes, y él me persigue e intenta freírme. Un cuarto oscuro y apartado me brinda la oportunidad de un refugio algo más duradero, lo cual significa un breve respiro muy necesario, pues el aire caldeado de los calabozos dificulta mi respiración.
Me tomo unos segundos para reflexionar en mi situación de nuevo. Quizá debería maldecir mi poca suerte, y al dragón junto con ella… pero la verdad es que no puedo odiarlo. Él considera éste sitio su hogar, y no duda en protegerlo de extraños (es decir, de mí). En realidad, me entristece su suerte: ha vivido confinado aquí desde siempre, y no conoce más hogar que ésta pestilente madriguera, ni más alimento que los enemigos de sus propietarios, y sin conocer la luz del sol mas que por los jirones que se cuelan a través de los ventanucos de las celdas. Aprieto de nuevo la espada… y, por el momento la guardo en su funda, pero sin apartar de mi mente éste pensamiento: El sufrimiento de ésta pobre criatura debe terminar hoy.
¿Pero cómo? No hay más forma de salir que la puerta por donde entré, y los guardianes del dragón no van a dejar salir a la cena de su querida mascota… que, por cierto, viene en dirección mía de nuevo. Me pongo de pie, y salgo con el mayor sigilo posible antes de que él entre por la otra puerta. Afuera, intento ubicarme rápidamente, tratando de recordar dónde está el cuarto del pozo.
Para mi desgracia, alcanza a verme salir por la otra puerta, que es bañada por otra lluvia de fuego de la que consigo escapar por muy poco. A mi espalda, oigo algo que cruje con mucha fuerza. Al principio creo que es el dragón mismo, y sigo corriendo. Doy una vuelta abrupta, y él casi se atora al intentar seguirme a través de una puerta estrecha. Pero conoce el sitio mucho mejor que yo, y sabe por dónde cortarme el paso para salir. De nuevo estoy ante la pared flamígera. Doy media vuelta para salir por donde entré, y escucho sus pasos que se acercan a la puerta estrecha… así que cambio de dirección y salgo por donde él entró, dejándolo esperando a que yo salga.
Pero no por mucho tiempo. Ya me oyó ir hacia la habitación del pozo, y viene tras de mí, rugiendo espeluznantemente. La poca luz reinante me permite notar algo en la pared a mi derecha: está agrietada, producto tal vez del abrupto ascenso de temperatura. Probablemente la habitación es muy fría, y el dragón requiere producir su propio calor para seguir vivo y no congelarse. Mi idea era esconderme en el pozo e intentar hacerlo beber para apagar temporalmente su fuego interno, pero se me ocurre algo distinto. Lleno dos baldes rápidamente, y los dejo cerca de la puerta, saliendo del cuarto lo más rápido que puedo. Debo confesar que no se nada sobre construcciones, yo me dedico a pelear. Pero en ése momento, decidí extraer de mi cerebro lo poco que sé de ingeniería, y buscar los pilares del calabozo, los que efectivamente encuentro a la mitad del lugar. Son dos, bastante gruesos, lo que dificultará mi trabajo y el del dragón, pues necesito que me ayude con esto
Volteo, y para mi sorpresa, resulta que he perdido al dragón. ¡Diablos…! Hay que desandar el camino y atraer su atención. Sin embargo, para lo que planeo hacer hay que estar un poco demente: debo dejar aquí espada, escudo, y las partes más pesadas de la armadura (es decir, todas las que no me quité antes), y regresar al cuarto del pozo por el agua. Me muevo ahora con mayor ligereza, pero eso terminará en cuanto tenga que levantar los baldes y salir corriendo después de llamar la atención del dragón. En ésta parte del calabozo alejada de él y sin mi armadura, tiemblo de frío. Llego corriendo al cuarto del pozo, tomo los baldes y los saco.
El dragón me ahorra el trabajo de tener que llamar su atención, pues llega de pronto intentando asarme con su aliento de fuego. Es increíblemente difícil correr llevando agua, así que dejé un balde lo más cerca que pude de los pilares, y el otro lo llevé hasta ellos.
Entonces, descubro la razón por la que él no me sigue: No puede llegar hasta los pilares, la entrada es bastante estrecha. Me salvo, pero no consigo que llegue a los pilares. Enfurecido, ruge e intenta pasar por la entrada, cansándose en vano. Está muy lejos de los pilares como para que su fuego los alcance. Se conforma con rugirme de lejos.
Entonces, por primera vez, podemos vernos más claramente. No me parece tan horrible como me lo habían asegurado, y tampoco es tan grande. Me mira con impotencia primero, y algo de curiosidad después: la comida no suele correr tanto por lo general. Basta un par de bocanadas de humo para dejarlos término medio y listos para cenarse. Yo corrí en vez de intentar usar la espada, y eso lo tiene intrigadísimo. Yo sabía perfectamente que mi espada me sería inútil pues por su fuego no puedo acercármele lo suficiente para poder utilizarla. Además, por alguna razón, ahora que lo veo con mayor claridad gracias a los ventanucos de la mazmorra, no puedo matarlo. Me parece un acto de cobardía de pronto. Pero de él a mí, prefiero salvarme yo, así que intento provocarlo para que lance la lengua de fuego más grande que pueda: le arrojo todo lo que se me ocurre, le gruño mostrándole los dientes, le grito aunque sé que no me entiende: todo con tal de que se enoje como nunca antes lo ha hecho. Azuzarlo funciona, después de todo, y apenas logro cubrirme de sus furiosas flamas que me pasan rozando. Está agotado y sin aliento para intentar otra andanada, así que aprovecho para lanzar el agua fría sobre los pilares calientes…
Las columnas se agrietan de golpe… y colapsan… primero una… después la otra… con gran esfuerzo salto hacia un hueco en la pared para evitar que el techo me caiga encima como le sucede al dragón…
El polvo levantado se disipa ligeramente, permitiéndome ver algo de luz. No lo pienso dos veces y salgo. Al fin, puedo ver el sol. No así el dragón, del que sólo es visible una garra bajo los escombros.
No puedo creer lo que estoy haciendo: antes de darme cuenta, estoy arrojando piedras a un lado para poder sacar a la bestia. Logro sacar la garra, y comienzo a tirar de ella con las pocas fuerzas que me quedan. De pronto, la otra garra asoma también, buscando desesperadamente un asidero para poder salir. Sigo tirando de la primera garra, mientras la otra da zarpazos ciegos al aire. Al fin, la cabeza de la criatura surge de entre los escombros. Aparto más rocas de las que aún tiene encima, para ayudarlo a salir. Se incorpora trabajosamente: está lastimado, pero vivirá. Volvemos a mirarnos en silencio, y luego contempla azorado el panorama a su alrededor. Se pone en cuatro patas y camina lentamente hacia arriba trepando por los escombros que lo habían sepultado, y yo voy tras él, asiéndome de una de sus alas para salir a la vez. Resbalamos un par de veces, pero conseguimos alcanzar la parte superior. El calabozo no está dentro del castillo, sino oculto bajo una extensión de terreno contigua. Estamos en un claro rodeado de árboles. Por primera vez en su vida, y sin importarle apagar temporalmente su llama, el dragón va a la fuente del jardín y bebe, bebe, hasta saciarse. Comparada con el agua salitrosa de la mazmorra, ésta agua cristalina es un néctar de los dioses, y bebo yo también, llenándome el cuenco de las manos y vaciándolo de golpe una y otra vez. Luego, nos miramos de nuevo, lo felicito por su libertad… y me alejo de allí. Él me mira sin intentar detenerme, y vuelve a contemplar la fuente. Con un poco de imaginación, cualquiera podría asegurar que está sonriendo antes de beber de nuevo.
Me encamino al bosque para alejarme de allí, pero pronto me doy cuenta de que no estamos solos. Frente a mí está mi némesis, mi temido archienemigo, el Mago Blanco, y sus secuaces, los Caballeros Verdes. El dragón le pertenece al Mago Blanco, y creo que no le hizo mucha gracia que yo lo liberara destruyendo sus valiosos y útiles calabozos en el proceso. Furioso, ordena a los Caballeros Verdes que me atrapen. Sin escudo, espada ni armadura, no puedo defenderme, y terminan por inmovilizarme entre varios. Entonces el Mago Blanco, furioso, se frota la cara, saca los anteojos del bolsillo de la bata, y pronuncia la temida palabra mágica del conjuro que me mantendrá hechizado de nuevo por largo tiempo:
–Thorazina…
De pronto, siento de nuevo la mordedura de la serpiente invisible, mientras el Mago Blanco golpea nervioso su pierna con el estetoscopio, y los Caballeros Verdes disfrazados de enfermeros van aflojando poco a poco la presión sobre mí. Entre un nebuloso jardín que se desvanece poco a poco, el dragón me mira con tristeza, dándose cuenta de que ya no podré salir a jugar, y que tendré que permanecer sedado de nuevo entre las grises paredes de éste hospital psiquiátrico…

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