jueves, 11 de diciembre de 2008

La Huérfana.

—Bien, admitamos sin conceder que, como dices, soy infantil, inmadura y por completo irresponsable...

—Definitivamente lo eres —respondió Edgar.

Ella sonrió con gesto travieso.

—¿Entonces ése es el porqué tengo que sostener cada mañana un debate interminable con un gruñón oso de felpa?

—No soy gruñón —se defendió Edgar —, sólo... sólo me gusta la disciplina.

—Sí, claro. Mira, juguete, ERES UN JUGUETE. Déjame dormir un par de minutos más...

—De ninguna manera —casi rugió Edgar —, ¡LEVÁNTATE AHORA!

—¡Aaash, está bien! —respondió Serena, exasperada. De pronto, tomó de una silla la blusa que se había quitado ayer, y la arrojó al osito, cubriéndolo por completo —, pero no me mires mientras me visto.


Serena se mira a sí misma como una persona absolutamente normal.

Muy en el fondo, de manera mas bien inconsciente, sabe que no es así. Hay algo en ella que no encaja en la definición de “normal”. Y no tiene nada que ver con hablar con animales de peluche.

Edgar en realidad es un regalo de alguien a quien ella no recuerda... como no recuerda muchas cosas de años atrás. Sólo él la escucha, sólo él la entiende.

Sólo él puede echarla a andar por las mañanas, cuando aparentemente no existe poder humano capaz de levantarla de la cama. Sólo él sabe centrarla cuando divaga. Sólo él sabe aconsejarla cuando tiene problemas. Ese osito malhumorado es como una válvula que la regula, que impide que estalle. Es como si tuviera miedo de que ella tenga emociones fuertes. Es por eso por lo que Edgar siempre está de un humor de perros: porque él se enoja por los dos. Serena no le da mucha importancia: para ella, sólo es la voz de su conciencia aunada a su imaginación, y le ahorra el trabajo de enfadarse.

Sólo él aleja los sueños funestos, plagados de sombras, de criaturas tenebrosas, de rostros inconexos, de paisajes ficticios (o tal vez reales, pero jamás visitados). Sólo él está allí cuando ella despierta con el corazón a punto de estallar. Sólo es su voz (que en ésas raras ocasiones suena extrañamente suave y tranquilizadora), la que puede guiarla de regreso a la realidad cuando, incluso algunos segundos después de despertar, sigue viendo aquellas criaturas de pesadilla.

Edgar sabe algo que ella ignora por completo.

Los sueños no son producto de la casualidad.


Serena se levanta por las mañanas, toma un baño, se prepara el desayuno y sale rumbo a su trabajo sin dar la menor muestra de estrés. Rara vez lleva a Edgar, cosa que no le agrada mucho a él... pero él siempre le ha pedido a ella que madure y se comporte como adulta, así que, ¿qué tan adulta podría parecer ella si llevara a todas partes su osito de felpa? Edgar se queda en casa, no sin antes hacerla prometer que no se enfadará, que no se dejará llevar por las emociones fuertes...

Serena trabaja en una agencia de publicidad. Su especialidad son las campañas dirigidas a los niños: las que ella dirige siempre aciertan, y nunca se atrasa al entregar sus proyectos, por lo que jamás se siente bajo presión aunque el tiempo de entrega resulte corto. El cliente siempre queda satisfecho si ella está a cargo. Una verdadera rara avis en el mundo de la publicidad.

Una verdadera rara avis en más de un aspecto de la vida.


Algo hay en ella, que no...

—¿Y que tal mañana?

Serena sonríe. Edgar dice que no.

—Gracias, pero no puedo aceptar.

De cualquier manera, ninguno de los chicos de la agencia le atrae. De hecho, parece que nadie la atrae. Serena es siempre amable con todos... pero no ama a nadie, ni siquiera tiene amigas.

Un candado. Una medida de prevención. Para que nadie le cause emociones que puedan desbordar su corazón.

Para que no destruya aquello que ame.


Hace frío. Serena lleva una blusa azul tejida de cuello de tortuga, y su chaqueta de cuero negro. Edgar se ha “portado bien”, así que decidió traerlo al trabajo de última hora.

—Sólo quiero asegurarme que estés tranquila —dice el osito, titubeante.

—Lo estoy. Sang froid, como dicen los franceses. ¿No lo estoy siempre?

—Está bien, sólo quería asegurarme. Quiero decir, es la primera vez que asistes a una comida de negocios...

—El cliente me adora. Ésos suplementos vitamínicos cuya campaña nos encargaron se están vendiendo más que los caramelos con chilito. Es mi manera de mejorar el mundo.

Oprimió el botón de la alarma del auto, y abrió la puerta.

—¿Podrías ponerme en el asiento delantero? —suplicó Edgar —no quiero perderte de vista.

Ella sonrió irónicamente.

—Te pondré, pero sobre el tablero. Te ves más mono allí, puedes tomar un poco de sol, y, además, tienes facha de aromatizante con esencia de vainilla.


It’s a long, long way to Santa Fe, Baby.

Condujo el auto fuera del estacionamiento, con el osito sobre el tablero.

Exactamente veinte segundos después, la camioneta blanca de El Paisa, Taquizas a Domicilio salió tras éste. Los vidrios gruesos y polarizados no permitían ver con claridad el rostro del conductor, pero llevaba unos audífonos con micrófono y lentes oscuros.

—Has estado muy callado, Edgar. ¿Se te bajaron las pilas?

El osito dudó antes de responder.

—No, estoy bien. Sólo que... hay algo que tengo que decirte... que tenía que decirte desde hace ya algún tiempo.

Se detuvieron ante un semáforo en rojo.

—Serena... ¿recuerdas a tu mamá?

—¿Qué pasó? ¿Ya nos llevamos tan pesado?

—Hablo en serio. ¿Recuerdas a tu madre, cómo era, cómo se vestía...?

Se encendió la luz verde, pero Serena pareció no notarlo. Lucía perturbada.

—No lo recuerdo. ¡No puedo recordarlo! ¿Por qué me preguntas esto ahorita?

—¡Esta bien, no te alteres! Sólo... quería prevenirte. ¿Recuerdas que cuando eras pequeña, te dije que unos hombres malos te estaban buscando, que vendrían por ti y que te robarían si no seguías mis instrucciones?

Ella no respondió de inmediato.

—Lo recuerdo. Pensé que era puro cuento para que me portara bien.

—Pues sí, en parte. Pero es cierto. Escucha, siempre te he dicho que eres una chica muy especial, única en el mundo. No sólo te lo decía porque te portabas bien, te lo decía porque realmente eres, en más de un sentido, única en el mundo. POR ESO ELLOS ESTÁN BUSCÁNDOTE. Perdieron la pista cuando te fuiste al Colegio en Sonora, y desaparecieron durante muchos años. PERO HAN VUELTO, estoy seguro.

Sonaron estridentes bocinazos que lo interrumpieron.

—Sigue manejando, Serena. Hay algo dentro de ti que es... ay, rayos, no sé cómo decírtelo. Pero ahora que eres mayor debes aprender sobre ello, cómo manejarlo, controlarlo... Por ahora no hay manera de intentarlo, lo importante es que vayas a ésa comida y cumplas. Después veremos.

—Entonces no me hubieras dicho nada —se quejó ella, —ahora voy a andar de nervios toda la comida.

—Tenía que hacerlo. Si te encuentras con ellos, todos estaremos en gran peligro, Serena.

Se estacionaron ante el restaurante argentino, y el chico del valet parking se precipitó hacia ellos.

—No te preocupes, todo estará bien —repuso suavemente Edgar antes de que ella intentara salir del auto, y, como si fuera algo automático, ella se sintió un poco más tranquila y relajada, como si sus emociones estuvieran bajo el control del osito. Suspiró, lo tomó del tablero y lo echó dentro del bolso.


Serena, en un descuido del mesero, se apoderó de una orden de alfajores rellenos de dulce de leche, los envolvió diestramente en una servilleta y los echó al bolso. Edgar sabía que ella hacía cosas indebidas cuando estaba nerviosa. Y sabía perfectamente que ELLA NO DEBÍA ESTAR NERVIOSA, así que susurró palabras tranquilizadoras todo el tiempo hasta conseguir estabilizarla.

En ésa comida de negocios se le presentó a su nueva jefa. Teresita era una mujer rubia menudita y simpática, que vestía un traje sastre azul claro y que conquistaba con su don de gentes y su carisma natural. Serena y Teresita congeniaron de inmediato. De algún modo Serena se sintió impactada por la personalidad de la mujer. Divorciada y madre de dos hijas, Teresita había pasado en sólo unos cuantos años de ser la esposa golpeada de un alcohólico a socia de la agencia de publicidad. Ejemplo de tenacidad y determinación, Teresa se convirtió de inmediato en un ídolo para Serena, cuya lealtad se ganó para siempre. Edgar sintió cierto recelo de ésta nueva amistad que parecía escapar a su control, pero decidió no decir nada al respecto en el resto del día.

Y es que Teresita se parecía tanto a la madre de Serena...


Hay algo...

...latente...

...en ella...

Algo grande. Una bomba de tiempo.

Esa mujer ha conseguido forzar el candado. Ha logrado llegar al corazón de ella...

Ojalá tenga seguro médico de cobertura amplia.



Serena nunca le prestaba al retrovisor más atención de la necesaria, por eso nunca notaba la camioneta de Tacos El Paisa a menos de veinte segundos de distancia sobre el carril izquierdo del distribuidor vial. Sin embargo, a ése habitual cortejo se le unieron un día un viejo Rambler negro y un BMW del mismo color. Éste último se dedicó a seguir el auto de Serena, mientras el Rambler embistió repentinamente a la camioneta blanca tratando de lanzarla al vacío. El conductor de la camioneta consiguió estabilizarla a duras penas, sólo para recibir un segundo impacto del Rambler, que por alguna razón no se deshizo a pedazos allí mismo. Sin embargo, en el momento en que el auto negro se disponía a atacar de nuevo, el conductor de la camioneta frenó repentinamente con increíble habilidad. El Rambler, incapaz de detenerse, atravesó la barra de contención precipitándose hacia abajo.

—¡Serena! —exclamó repentinamente Edgar, jadeante como si estuviera asustado —¿estás bien?

—Claro —repuso ella —¿porqué preguntas?

—Porque... porque... no importa, bájate en la próxima salida, y donde veas una patrulla estacionada, ahí te paras. ¡No preguntes porqué! —añadió como si le pudiera leer la mente —¡Sólo hazlo!

Ella obedeció, deteniéndose ante un puesto de quesadillas donde comían dos policías, junto al cual habían estacionado su patrulla. El BMW pasó por allí, muy, muy lento, y luego aceleró repentinamente, dando a gran velocidad la vuelta en la esquina. La camioneta de los tacos también pasó, pero se estacionó más adelante, casi para llegar a la esquina pero desde donde pudiera vigilar al auto de Serena.

—¿Qué sucede? —se animó ella a preguntar por fin.

Edgar no respondió de inmediato. Y cuando lo hizo, fue después de un largo y profundo suspiro.

—Nos encontraron, Serena.


Edgar insistió en que se mudaran. Aunque el sueldo de Serena era bastante alto, le resultó muy difícil cambiarse a los nuevos y costosos departamentos recién construidos sobre Eje 8. Sin embargo, Edgar se sintió allí mucho más seguro, aunque el tiempo invertido en el trayecto diario a Santa Fe se incrementó en más del doble. Durante un tiempo mantuvo su nueva dirección en secreto, cuidándose, ésta vez sí, de los autos en el retrovisor (excepto por la camioneta de los tacos, que poco después cambió su lugar por una de lavado de alfombras más nueva y menos golpeada, que él le aseguraba que era inofensiva. Y por alguna razón, Serena siempre creía en las palabras de Edgar a pie juntillas), y siempre llegaba a su trabajo tras haber tomado cada día una ruta diferente (es decir, tarde). Edgar le ordenó que le dijera a Teresita que todas éstas precauciones las tomaba porque tenía miedo de que la secuestraran, debido a lo que le había sucedido con el auto negro. Y su nueva jefa le creyó, con la condición de que recuperase el tiempo perdido, con lo que Serena solía salir tarde de la agencia de publicidad, pero siempre acompañada de alguno de los chicos del equipo. Esos largos retornos a casa siempre eran silenciosos. Ni siquiera estaban los habituales susurros de Edgar antes de dormir.

Pero ése mutismo cedió una noche en cuanto Serena entró al departamento y cerró con llave.

—Al fin en casa —suspiró Edgar.

—Huele a pintura fresca —observó ella.

—No le prestes atención a eso —repuso el osito, e inmediatamente ella se olvidó del asunto interesándose en algo que no fuera en el olor a pintura, que parecía provenir de su habitación —, tengo cosas importantes que decirte, y no quiero que te distraigas. ¿Te siguió alguien?

—Sólo el del lavado de alfombras.

—Ése no cuenta —respondió Edgar rápidamente —, quiero decir si te siguió alguien más.

—No.

—Estupendo. Vamos a tu habitación.


Serena notó que el espejo en su habitación parecía diferente, pero Edgar le repitió que aquello no tenía importancia. Al menos, no una importancia mayor que la que tenía lo que él quería decirle.

—Toma asiento en tu tocador — dijo el osito, y ella obedeció —. Serena, quiero que sepas que, sin importar que suceda, siempre estaré aquí para guiarte y tratar de que lleves una existencia feliz y segura. Sin embargo, debes saber que, lo que hay dentro de ti, aquello que te hace diferente y única, es precisamente lo que estos sujetos están buscando. Lo que hay dentro de ti se... se libera... cuando tienes emociones fuertes de cualquier tipo. Es algo... extremadamente peligroso... que puede destruir cuanto te rodea si pierdes el dominio de ti misma. Y yo estoy aquí para evitarlo. Mi... mi voz, de algún modo, hace que tu cerebro genere ondas Alfa que te tranquilizan inmediatamente y te hacen obedecerme de inmediato. He tratado de no imponerme y dejarte hacer tu vida lo más libremente posible, pero ahora la situación exige que sigas mis indicaciones al pie de la letra. Tu madre me pidió, antes de morir, que velara por ti. Pero temía ser destruido si perdías el control... soy un cobarde. Debí estar mucho más cerca de ti cuando me necesitabas.

—Osito tontito —, respondió ella —, siempre estuviste cerca de mí...

—¡Pero no de éste modo! —exclamó él, y ella no le comprendió— Bueno, ya no importa. Lo importante es que, ahora que ya has crecido debes aprender a manejar lo que hay en tu interior, no tanto por mí, sino para que puedas defenderte, protegerte de... de ellos.

—¡No entiendo nada de lo que me estas diciendo! —se quejó ella —¿qué es lo que dices que hay dentro de mí?

Edgar titubeó antes de contestar.

—Una especie de energía —repuso al fin —, de un poder inenarrable.


—¿Por eso tengo esas pesadillas con tanta frecuencia? —preguntó ella al cabo de un rato.

—Así es.

—Y los monstruos que veo en sueños...

—Son, digamos... tus hermanos mayores. Intentos fallidos de hacer algo grandioso, que mejorara las vidas de millones de personas. Ahorita no quiero hacerte bolas con detalles. Lo importante es que aprendas a viajar al centro de tu conciencia, para conocer esa fuerza, y aprender a manejarla. Lo haremos a partir de hoy cada noche, antes de que te duermas. Seguirás mi voz y harás caso de cada una de mis indicaciones...

En ése momento se escuchó el timbre de la puerta.

—¡No abras! —ordenó Edgar, y Serena no se movió un milímetro de su posición... hasta que se escuchó la voz de Teresita del otro lado de la puerta.

—¡Serena, soy yo, Teresita!

—¡Serena, espera! —susurró Edgar.

Demasiado tarde. Al reconocer la voz de su jefa, la joven se levantó instantáneamente a abrir.

—¡Hola! —saludó la mujer al abrirse la puerta —olvidaste tu portafolio de bocetos —añadió, tendiéndoselo.

—Gracias, Tere —repuso Serena, y lo tomó.

—¿No me invitas a pasar?

—Claro. ¿Quieres un café? —contestó la joven, cerrando la puerta tras su jefa, que asintió. Serena dejó el portafolio en el sillón de la sala y se encaminó a la cocina —siéntate por favor, Tere. Ahorita te preparo tu café.

—¿Sabes? Tengo buenas noticias. No me gusta dar buenas noticias por teléfono, así que tu portafolio olvidado me dio el pretexto perfecto para venir. Abel me dijo dónde te habías cambiado, así que vine. Agárrate, manita: No sólo tenemos asegurada la cuenta de Energy Kids. El cliente nos va a confiar también las de Energy Max y Energy Fitness.

—¿En serio? —Serena salió apresuradamente de la cocina, entusiasmada.

—Así es. Y quiero que estés a cargo.

—Ay, Tere. Es que a mí no me gusta mucho dirigir campañas para adultos...

—Pues tendrás que acostumbrarte, mihijita. Porque de aquí nos vamos a ir para arriba. El cliente quiere la misma idea de la campaña de Energy Kids, pero enfocada a los adultos, o sea que va a ser más fácil.

—Tendría que pensarlo —contestó Serena, y volvió a la cocina.

—Tienes tres minutos —repuso Teresita en son de broma. Serena le sirvió el café y luego se excusó para ir a su habitación por unos minutos.

Edgar lo había oído todo. De algún modo, siempre lo hacía.

—¿No es una noticia fantástica? —preguntó ella, entusiasmada.

—Tendrás mayores responsabilidades —, fue la respuesta del osito de peluche —, pero estas lista tanto para ésa tarea como para lo que ya te expliqué. Por mí puedes aceptar, siempre y cuando te mantengas dueña de tus emociones todo el tiempo. Agradece a Teresa que pensara en ti para éste trabajo, y en cuanto se retire vuelves aquí. Aún hay mucho que debo decirte.


El café es un diurético excelente. Teresita se levantó en cuanto vio regresar a Serena.

—Disculpa, manita... ay, que pena, pero ¿tu baño?

Serena le indicó dónde era. Luego, mientras volvía su invitada, fue a la cocina a dejar las tazas usadas, y volvió a la recámara porque quería traer a Edgar para que conociera a Teresita aunque no hablara con ella (aparentemente Serena era la única loca que podía oírlo hablar).

En ése instante, dos hombres arremetieron contra la puerta del departamento y la derribaron. Luego sacaron sus armas.


—Quiero que conozcas a Tere, Edgar. No tienes que responderle, sólo quiero que veas qué lindo carácter tiene y que buena onda es conmigo.

Edgar iba a responderle, cuando repentinamente, en el departamento de junto se oyó un estrépito de golpes y disparos, y la voz de un hombre, muy parecida a la de Edgar, se escuchó detrás de la pared exclamando algo así como ¿Quiénes son ustedes?, ¿Qué hacen aquí? y luego, se hizo el silencio.

—¿Edgar? ¿Escuchaste eso? ¡Edgar!

Y, por primera vez en su vida, el osito no le respondió.


Los dos hombres penetraron en su habitación, amenazándola con sus armas. Luego entraron otros dos, que parecían venir del departamento de al lado.

Por último, entró un quinto hombre, de aspecto delgado y, sin embargo, intimidante.

—Veintisiete años —dijo simplemente, y era la edad de Serena —veintisiete años de mi vida, en los que pude tener cuanto quise, en los que pude haberme vuelto millonario, en los que pude haber salvado al mundo con energía barata y no contaminante. Veintisiete años, en suma, que desperdicié buscándote a ti, a tu madre y a todos los seres que creó.

Los hombres sujetaron a Serena. El sujeto delgado se acercó, dejó su gabardina sobre la cama y analizó a la joven.

—Veintisiete años buscando al único ser viviente sobre la tierra que puede dividir al átomo con sus propias manos, que tiene la habilidad de manipular energía como para diez Chernobyl, que puede tomar una simple hoja de papel y convertirla en electricidad para seis millones de hogares. Ésa eres tú, Serena.

Se sentó sobre la cama.

—Y pensar que te querías ganar la vida haciendo comerciales. No, no, de plano eso habría sido un desperdicio. Imagina cuánto podría progresar éste país si la energía fuera más barata. Imagina las comunidades indígenas de la Chontalpa, por ejemplo, teniendo luz para trabajar, para que les construyan escuelas y hospitales. Darían el salto cuántico al siglo veintiuno en un par de años.

Se agachó para amarrar la agujeta de uno de sus finos zapatos italianos, y luego se levantó de la cama.

—Y lo mejor del asunto es que podemos volvernos millonarios. Los recursos naturales son propiedad de la Nación... pero una persona NO es un recurso natural, ni puede pertenecerle a una institución gubernamental. Una persona no es una propiedad... al menos, no legalmente. Puedo obligarte, pero no tiene caso forzarte a hacerlo. Sólo quiero que te convenzas de las infinitas posibilidades que tienes: no sólo puedes hacer los anuncios de Energy Kids, puedes comprar entera la Energy Laboratoires Inc., si te place. Puedes tener lo que quieras, tu propia agencia de publicidad, tu propio equipo de filmación, ropa de Dolce & Gabbanna, vivir en Polanco, en Las Lomas, donde quieras.

La sujetó por la barbilla y la obligó a verlo a la cara.

—Y lo único que tienes que hacer es fisionar un átomo con tus propias manitas. Supongo que ahora que eres toda una señorita has aprendido a controlar tus poderes, porque no creo que te agrade mucho matar a todos los habitantes de la colonia nomás porque amaneciste de malas. ¿Sabes? Me alegro mucho. No quisiera morir rostizado junto con el resto del edificio. No puedes hacer nada. Eso, sin mencionar que a alguien relleno de borra a quien conoces bien, le pueden pasar cosas MUY malas.

—¿Qué le hiciste a Edgar? ¿Porqué ya no me habla?

El sujeto sonrió. Tomó del tocador al osito, y lo arrojó al bote de basura con un ademán indiferente.

—Digamos que se le venció la garantía...

Se llevó las manos a la cintura, impaciente.

—¿Dime, vas a aceptar o no?

El corazón de Serena hizo algo que jamás había hecho: comenzó a latir aceleradamente.

Y las palmas de sus manos empezaron a brillar. Sin embargo, tenía miedo de lo que podría suceder. Si lo que había aprendido en prepa era cierto, desatar sus poderes, si los tenía, causaría miles de muertes y volvería a la colonia entera radioactiva durante siglos. Si tan sólo pudiera usar una pequeña parte...

Cerró los ojos. Edgar le había dicho que la única manera de controlarlos estaba en su interior. Intentó tranquilizarse, imaginando la voz del osito de peluche cuando ésta solía ser tranquilizadora y suave, indicándole qué hacer y dónde buscar en los recovecos de su conciencia, a un lado de las imágenes difusas de los recuerdos que poblaban sus pesadillas. Y como estaban tan cerca, no pudo evitar rozarlos y hacerlos despertar.

Por primera vez no sintió miedo al contemplar en su mente las contrahechas figuras flotando en frascos de formol, con las que compartía al menos el 95% del ADN.

Y, en ése brevísimo instante, supo cómo. Alzó las manos y proyectó contra aquellos hombres toda su rabia contenida.


Antes de que el cegador resplandor de su poder llenara la habitación entera, pudo escuchar claramente la voz de Teresita, llamándola por su nombre.

Pero era tarde para detenerlo todo.

Cuando el resplandor se disipó, Serena se sentía mareada. Tomó la botella de agua que solía dejar junto a la cama para darle un sorbo, pero no pudo hacerlo: el agua estaba hirviendo.

El departamento estaba en ruinas. La fachada se había caído, y ahora podía ver a los trolebuses circular tranquilamente por el Eje 8 como enormes y blancas ballenas sedadas. Uno de los hombres, carbonizado, aterrizó justo sobre los cables de la línea de energía del trolebús, que tuvo que detenerse. Los otros cuatro yacían a sus pies, perfectamente irreconocibles, excepto uno, por sus costosos zapatos italianos.

Serena alzó la mirada, y luego salió corriendo de la habitación en busca de Teresita.

Cuando la encontró, no pudo reprimir un sollozo: Teresa estaba muerta, con profundas quemaduras en la piel y la ropa carbonizada.

Y a la mente de Serena acudieron, por primera vez, los recuerdos, con una nitidez abrumadora.

Y lloró, por haber causado de nuevo la muerte de su madre.


Volvió a la habitación buscando empacar sus pertenencias, pero incluso las maletas eran ahora rocas informes de plástico fundido, por no mencionar la ropa. Metió la mano en la papelera aún caliente, en busca de Edgar, y lo halló quemado, con la borra amarillenta desangrándosele por las múltiples heridas, y completamente ciego al derretírsele los botones de plástico que le servían como ojos.

Y las lágrimas brotaron de sus ojos, haciendo un camino de luz en sus mejillas ennegrecidas por el hollín, mientras abrazaba con todas sus fuerzas el cadáver afelpado de su compañero de tantos años, quien le decía qué hacer, quien la escuchaba siempre, quien siempre la regañaba porque no quería levantarse de la cama por la mañana...

—Ya lo perdí todo—susurró, mirándose en los fragmentos sobrevivientes del espejo del tocador, tras los cuales se adivinaba un grueso cristal y una especie de oscura caverna forrada de metal —, no tengo casa, ni a mi madre, ni a Tere ni mi trabajo... ni a ti. Ahora estoy sola de veras.

—No, no estás sola —, le dijo una voz conocida, pero ahora diáfana, pura, como salida de garganta humana y no de algún sistema electrónico —, nunca estarás sola.

Y una mano se posó sobre su hombro suavemente. La mano de un hombre al que ella nunca había visto, pero que la conocía mejor que nadie.

El hombre que era el dueño de la voz de Edgar.

—Yo siempre estaré contigo.

Y ella lo miró.

Y luego ambos buscaron su imagen en los fragmentos de espejo, y se contemplaron largamente.

viernes, 24 de octubre de 2008

Uno de mis cuentos: Zumbido.

Es extraño que me despierte a las tres de la mañana. No suelo hacerlo.

Quienes si lo hacen conocen perfectamente el zumbido.

No es un zumbido como tal, a mí en lo personal me pareció el ruido de maquinaria pesada, lejana y enorme. A veces lo oyes y crees que es un avión que pasa, o un trailer que intenta acortar camino cruzando el vecindario por las calles más lejanas de ti. Pero cuando ves que transcurren los segundos y el ruido no desaparece, entonces sí te sobresaltas, ¿cómo rayos es posible que nadie lo oiga?

Y parece ser omnipresente: vas al baño, haces lo que debes hacer y lo oyes. Vas a la cocina por un trago de refresco o agua y lo oyes. Subes a la azotea para ver si te libras de él así, y de cualquier modo lo sigues oyendo. Y dicen que se oye igual de difuso y lejano en Iztacalco que en la Álvaro Obregón. Y al mismo tiempo. Podrías saltar de la Torre Mayor y seguirías escuchándolo después de morir.

Sólo se detiene cuando decide detenerse, como al cuarto para las cinco. Al menos a ésa hora se detuvo el día que me tocó escucharlo. El suelo se cimbró y pensé que pasaba un camión de carga. Entonces, todo se detuvo, el silencio regresó y me venció el sueño.

A los tres cuartos de hora desperté de nuevo, pues la vibración resultó mucho más fuerte. Tengo la seguridad de que no fue un sueño, porque me golpeé un dedo del pie con la cómoda al intentar asomarme por la ventana. Es ahora cuando siento que no debería mencionar esto, pero... bueno, han estado asfaltando la colonia últimamente, y hoy por la tarde pusieron el chapopote fresco en mi calle. Cuando me despertó la segunda vibración y sentí el estremecimiento, entre que me levanté de un salto de la cama y corrí a la ventana no pasaron ni diez segundos. Y entonces vi lo que me ha estado perturbando desde entonces.

Una huella profunda en el chapopote fresco y aún tibio, de unos veinticinco metros de largo y casi ocho de ancho. Abrí la ventana mirando en todas direcciones, pero lo que fuera que dejó aquella marca descomunal desapareció a una velocidad increíble pues en toda la calle no vi nada. Pensar que soñaba protegió mi cordura, mientras intentaba inútilmente convencerme que había visto demasiados episodios de Evangelion

Al día siguiente me despertó un sonido más prosaico: el de la aplanadora. Tenía la plena seguridad de que los asfaltadores habían terminado su trabajo ayer. Inexplicablemente el operador de la aplanadora había regresado y le daba una segunda pasada a su obra maestra del día anterior, pero, si ayer había quedado bien la calle, ¿por qué regresó?


No supe explicármelo, como no supe explicar el sueño de Everardo, aunque no dejo de creer que es una jalada o un intento inconsciente de explicar el zumbido. Soñó que se asomaba por la ventana y veía una cosa oscura y enorme arrastrarse por la calle flanqueada por una multitud de personas vestidas de negro, que dejaba tras sí un rastro como de baba y sangre coagulada, que varias de ésas personas se ocupaban de lavar con escobas y cubetas de agua para que no quedara ningún rastro de la cosa enorme y negra, como de cinco metros de alto. Aunque la cosa que él vio en su sueño es pequeña comparada con la huella que yo vi aquella madrugada, sin mencionar que su criatura se arrastraba lentamente, y la que dejó la enorme huella avanzaba caminando (¿caminando?) a una velocidad de miedo. Everardo soñó, yo vi. Esa es la diferencia, supongo, aunque me destantea lo de las personas vestidas de negro. Y es que el día de la huella enorme, había un tipo vestido de negro parado en la esquina y recargado en el poste. Lo alcancé a ver de reojo y tal vez también me vio a mí, porque dio media vuelta y siguió las huellas corriendo.

No sé, como que me pegó un ataque de paranoia, igual y lo de la huella lo soñé, pero no podría asegurarlo.


Ya son varias las personas que oyen el zumbido: veladores, gente que anda en los antros, taqueros, panaderos, personas así. Todos concluyen en que, lo que sea que produzca el zumbido, siendo enorme se las arregla siempre para no ser visto. Nunca pasa por las avenidas grandes, prefiere avanzar por callecitas desiertas a ésa hora.

Ahorita acabo de oír una noticia rara en la tele: nos estamos quedando sin indigentes y sin niños de la calle. El gobierno presume mucho de los programas sociales que les brinda y de que los rehabilita. Algunos si se rehabilitan.

Otros simplemente desaparecen en la noche.

Y, cuando se nos acaben los vagos, ¿qué va a suceder?


Volví a ver al sujeto de negro. Fui a traer pan y entonces lo vi, con otras dos personas, tocando el timbre en mi edificio. Alcancé a escuchar cómo le dijeron que había salido, pero parece que él no escuchó y se estiró para pedir que repitieran la respuesta.

En ése momento, pude ver un arma bajo su saco.

Entré en cuanto se fue. Este lugar ya no es seguro. Metí lo indispensable en una maleta, la laptop en otra y salí de allí. No he vuelto.


Estoy en un hotel de Tlalpan. El dependiente se extrañó de verme alquilar un cuarto sin traer una pareja, pero no le irá con el chisme a nadie, creo. Sería malo para el negocio. Sobre Tlalpan no se oye el zumbido, igual y estoy a salvo.

Hay que grabarlo en video o sacarle una foto. No tengo cámara, ni digital ni de la otra, y ahora sí lamento no haber cambiado mi ladrillote por un teléfono celular más moderno y equipado con cámara. Pero hallaré el modo de saber qué es lo que produce el zumbido. En el cuarto hay conexión a Internet, para bajar videos para adultos, supongo, pero a mí me sirve porque te puedo enviar los mails con lo que he investigado. No los veas en tu casa, mejor chécalos en algún cibercafé que no esté cerca y donde no te conozcan. ¿Me prestas tu cámara? Me harías un favor enorme. Ojalá pudieras hacerlo. Después paso a pedírtela, yo te llamo después y te digo dónde nos vemos.


Vengo corriendo porque me escapé de los tipos de negro. ¡Pude grabarlo! ¡Dios mío, que cosa más impresionante y espantosa! Al principio no se veía bien lo que era pero cuando ajusté la visión nocturna ya lo pude ver bien. Lo malo es que estos tipos me vieron filmarlo y vienen detrás de mí, me acabo de asomar por la ventana y los vi entrar al hotel, pero no importa, porque he conseguido grabarlo y aquí te mando el video con éste mail.

Oigo ruido afuera. No me importa. No importa nada ahora, ¡NADA, salvo que el mundo entero tiene que saber que el zumbido que todos escuchamos por las noches es producido por

miércoles, 22 de octubre de 2008

Nos cambiamos a Blogspot

Hola, banda.



Con la novedá de que de ahora en adelante estaremos en Blogspot. MySpace no tiene nada de malo...excepto que parece estar hecho más para músicos que para escritores. Al menos así me parece a mí.



También planeo publicar aquí algunos de mis cuentos. Échenles un ojito, porfa, y dejen caer sus opiniones. Eso sí, sean misericordiosos, Tnx.



Atte. La mamá del zurdo.