viernes, 24 de abril de 2009

El Hombre Equivocado

Un millón de Gracias a Diego Rabasa por su opinión y corrección en el evento de Reactor en la Megabiblioteca Vasconcelos durante el dia del libro 2010. Enjoy:



—¡No soy el que buscas! —exclamé, aferrándome a mi Biblia —¡No soy yo!

—¡Sí! —respondió el ser infernal —¡Tú eres el hombre que me vendió su alma a cambio del don de poder transformarse en lo que deseara! ¡Eres tú, y he venido a llevarte al infierno!

Extrajo de sabrá Dios dónde un pergamino llameante y de color amarillento que apestaba a azufre y me lo mostró. El olor del documento mas el propio del demonio casi me hacen desmayar.

—¡Ahí está tu firma! —dijo en tono triunfante. Aunque estaba temblando, sentí que debía hacer lo posible para salvarme de ése monstruo del averno y demostrarle que se equivocaba conmigo, así que me llevé la mano al bolsillo del saco y extraje mi pañuelo, con el que me cubrí boca y nariz, y mi estilográfica. No sé como me armé de valor para responderle:

—Mentira, ¡esa no es mi firma! —apoyándome sobre la Biblia, estampé mi firma en una esquina del periódico, volviendo a cubrirme la nariz en cuanto terminé, y alzando el diario para que él la viera. La incredulidad y el desconcierto se reflejaron repentinamente en aquel infernal rostro de horror inenarrable.

—¡Pero, si eres tú! —exclamó, aunque con menos convicción que antes.

—¡Por el amor de Dios, NO! —respondí débil y tembloroso, pero con ésa nuestra firmeza de los pusilánimes que los individuos de mayor arrojo que nosotros jamás entenderán —¡Soy un creyente, un hombre religioso y lleno de temor de Dios —Noté que se estremecía cuando yo mencionaba a Dios, así que volví a hacerlo —, y jamás tendría tratos con el diablo!

—¡Éste documento está firmado con tu sangre! —rugió, zarandeando el pergamino, con lo que el olor del azufre me llegó con mayor fuerza, casi sacándome las lágrimas. Me limpié la nariz y, a pesar de lo aterradora e inverosímil de la situación, decidí que lo mejor era llevar las cosas con calma, pues el demonio podría devorarme si se enfurecía, o algo así. DEBÍA DEMOSTRARLE QUE SE EQUIVOCABA, ME IBA LA VIDA EN ELLO.

—¿Cuál es mi tipo de sangre? —Le pregunté, al tiempo que sacaba de la billetera mi credencial para votar y la tarjeta médica con todos mis datos. El demonio, sorprendido, me miró unos segundos con expresión idiota, y luego echó una ojeada al pergamino.

—O negativo —repuso.

—Mi tipo de sangre es A negativo —le mostré la tarjeta médica, donde pudo ver el dato con toda claridad — Puedes preguntar a mi médico si no me crees, su nombre está en la tarjeta.

Él pareció no querer rendirse aún. Volvió a estudiar atentamente el pergamino, y al cabo echó a reír.

—¡No puedes engañarme con papeles! ¡Aquí está impresa tu huella digital, TE ATRAPÉ!

No dije nada, pero desarmé la estilográfica, y con la punta del cartucho me entinté el dedo, imprimiendo mi huella sobre el periódico. Luego se la mostré, junto con la huella que aparece en mi credencial para votar. Éstas dos coincidían.

Pero no la del pergamino.

Vi claramente cómo tragaba saliva, lleno de desesperación. No pude menos que compadecerlo: cuando sus superiores lo vieran volver con las manos vacías, el infierno sería un infierno para él. No me hubiera gustado estar en sus pezuñas ni un solo instante.

Sin embargo, como leal siervo de Dios, mi deber era ser implacable. Alcé mi Biblia para que él la contemplara.

—Ahora, será mejor que vuelvas al lugar de donde has venido, o abriré la Biblia y comenzaré a leerte la Sagrada Escritura.

No sé si los demonios palidecen, pero casi puedo asegurar que aquél lo hizo. Aterrado ante la perspectiva de escuchar la Palabra de Dios, retrocedió dos pasos y desapareció mas que deprisa, envuelto en una nube de gases sulfurosos.


Cuando salí de oír misa, el día estaba singularmente hermoso, como nunca lo vi antes. Quizá me lo parecía porque estaba feliz de haberme salvado, pero era así como lo sentía. El gorjeo de las aves en el parque junto a la iglesia, por ejemplo, parecía especialmente sonoro y alegre, invitante y hermoso, tanto que, por unos segundos, nació un profundo deseo en mi alma de convertirme en pajarillo, y unirme al majestuoso coro de aves para cantar y volar.

Y eso fue exactamente lo que hice.

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